De como perdí mi virginidad con la hermana menor de mi madre una noche estando solos en su casa. Esta historia sucedió cuando yo tenía 16 años y mi tía 38.

Mi tía es una mujer muy atractiva que nunca contrajo matrimonio, y por aquella época aún tenía muy buen cuerpo: unos pechos enormes y redondos, una cintura marcada por el ejercicio aunque con una pequeña pancita que se le veía muy sexy, caderas generosas rematadas por un par de enormes nalgas y piernas carnosas y torneadas. Desde un par de años antes me masturbaba imaginando que mi tía aparecía para llevarse mi virginidad, aunque nunca pensé que fuera a suceder realmente.

Una tarde fuí a una fiesta a unas calles de distancia de su casa, y le había pedido permiso a mi tía para pasar la noche en la habitación de huéspedes; ella vivía con mis abuelos, pero ellos estaban de vacaciones visitando a unos parientes en Monterrey.

La fiesta terminó a eso de las dos de la mañana, yo salí con una tremenda borrachera (la primera de mi vida), y me dirigí a la casa de mi tía sin pensar que al final de la noche mi vida habría cambiado completamente. Abrí la puerta con las llaves que ella me había prestado y entré en la casa; me fuí directamente al cuarto de huéspedes con la intención de quedarme dormido en cuanto mi cabeza tocara la almohada, pero mi tía estaba esperandome sentada en la cama, enfundada en un camison de algodón muy pequeño y ajustado que apenas lograba ocultar su enorme trasero.

Sus pezones y la diminuta tanga que llevaba bajo el camisón se marcaban a través de la tela, y no pude evitar mirarlos mientras ella me regañaba por haber llegado tan tarde y en ese estado; me hizo prometer que no volvería a preocuparla de esa manera. Mientras me hablaba yo no podía disimular lo mucho que excitaba su cuerpo, lo que pareció ponerla muy incómoda, pues mi miembro estaba en posición y mi pantalón no podía ocultarlo; para distraer mi atención me preguntó si quería que me prestara un pijama, a lo que respondí que si. Se dió la vuelta y, dándome la espalda, abrió el closet; yo me comía su delicioso trasero con la mirada mientras ella buscaba algo que ponerme para dormir.

De pronto se agachó para abrir un cajón y no pude soportarlo más: me acerqué por detrás y pegué mi entrepierna a sus enormes nalgas para que sintiera mi erección en medio de ellas.

«¡¿Qué estás haciendo?!» Gritó horrorizada mientras frotaba mi pene contra su sexo a través de nuestras ropas.

«Algo que he deseado desde hace mucho» Respondí al tiempo que acariciaba sus redondas y firmes tetas. En ese momento dejó escapar un pequeño gemido de placer y me dí cuenta de que ella lo estaba disfrutando tanto o más que yo. Le dí la vuelta y la besé en los labios con toda la violencia y pasión de un adolescente ebrio de alcohol y de excitación sexual; ella respondió a mi beso con la fuerza de sus años de experiencia mientras acariciabamos nuestros cuerpos tratando de despojarnos de la ropa sin despegar los labios ni separar nuestras lenguas que ahora estaban entrelazadas.

De pronto me empujó separándome de su cuerpo, yo pensé que aquello era demasiado bello para ser cierto y que todo terminaría en ese momento. Cuál no sería mi sorpresa al verla frente a mí quitándose el camisón para dejarme ver su voluptuoso cuerpo con tan sólo su pequeña tanga encima; me acerqué de nuevo para acariciar, morder y besar sus hermosos senos mientras ella acariciaba mi cabeza y tiraba de mi cabello gimiendo de placer.

Volvió a empujarme y pensé que ahora sí había terminado todo, pero el deseo en sus ojos me mostró lo equivocado que estaba.

«Quitate toda la ropa» Me ordenó con firmeza en la voz. Yo le obedecí sin pensar y me desnudé en un dos por tres.

Mi pene miraba al cielo y ella se arrodilló frente a él. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando lo tocó con su manoy casi eyaculé cuando su boca bajó para besarlo y lamerlo. Creí que iba a volverme loco y mientras ella me la chupaba con una técnica experta hasta que no pude más y lancé mi semen directo a su garganta; tragó cada gota y cuando terminó se levantó diciéndome: «Todavía aguantas, ¿Verdad? Porque yo también tenía muchas ganas de esto, y esta noche no te me escapas, te voy a dar la mejor cogida de tu vida». Le respondí volviendo a besarla y empujándola sobre la cama.

Comencé a besar su cuello y sus orejas, ella me acariciaba la espalda y mi boca bajó hasta sus senos. Yo mordía sus pezones con un abandono salvaje y mi mano bajó hasta su entrepierna, descubrí que su tanguita estaba empapada y acaricié su coñito con suavidad. Gimió dulcemente hasta que tuvo un orgasmo y me pidió que se lo comiera, que ya no aguantaba más; yo no podía creerlo y mi lengua bajó por su pancita hasta llegar a su conejito, que lamí desenfrenadamente; ella me enseñó como debía hacerlo y no tardó en alcanzar un orgasmo descomunal entre gemidos y gritos, clavando sus uñas en mi cabeza.

«Ahora quiero que me la metas, primero suavemente, y después con todas tus fuerzas». Le obedecí sin dudar y la penetré despacio, disfrutando el roce de cada pliegue contra mi glande, y después hice lo que ella me dijo: la embestí una y otra vez con todas mis fuerzas; ella tuvo un orgasmo más y yo seguí hasta que tuve un intenso orgasmo descargué todo mi semen dentro de su cuerpo y me desplomé rendido a su lado, abrazándola.

Nos quedamos dormidos, y a la mañana siguiente ella me hizo el desayuno, nos bañamos juntos y volvimos a hacer al amor, esta vez en la regadera.

Cuando me despedía para volver a mi casa, me dijo con una mirada maliciosa en los ojos:

«El viernes dile a tu mamá que vas a ir a una fiesta y que te vas a quedar a dormir aquí otra vez, tengo planes para tí…»

Pero esa historia la contaré en otra ocasión.

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