-No aconsejo a nadie que lo haga, aunque reconozco que yo lo hice. Aquel verano coji con mi padrastro. Actualmente mi madre y él continúan felizmente casados, y Joaquín y yo hace ya muchos años que echamos nuestra última cojida. Pero éste que les narro lo recordaré siempre por ser mi primera vez.-
Desde los 15 años había tenido a Joaquín en casa. Joaquín era mi padrastro, el segundo esposo de mi madre. En el tiempo en que ocurrió esta historia yo ya tenía 20 años, estudiaba fuera de casa, en otra ciudad, y fue en el tercer año de carrera. Aquel mes de septiembre me cambiaba a otro depa de estudiantes. Joaquín llevó su coche y tenía la intención de ayudarme con la mudanza.Siempre me he sentido atraído por hombres maduros y Joaquín, desde el primer momento, había sido mi perfil más claro. A sus 48 años el tipo se cuidaba. Mantenía una cabellera negra y corta, unas pobladas patillas que le daban un aire de rockero malote. Iba al gimnasio y también salía a correr.Me gustaba mucho la facilidad a la hora de relacionarme con él. Era tremendamente masculino, pero a la vez tierno. Y me derretía cuando le veía paseándose por la casa en calzoncillos. Sobre todo si eran unos de esos boxers ajustados que le marcaban un culo de infarto y un paquete de impresión. En el fondo, envidiaba la suerte de mi madre por tener junto a ella a un semental como aquel. Además, Joaquín me había ayudado mucho cuando solté en casa la noticia de que me gustaban los hombres. Él hablo durante horas con mi madre sobre el tema y siempre se mostró muy colaborador en ese sentido. Pero aquel verano, justo un mes antes de la mudanza, algo lo trastocó todo.Fue una tontería. No sé muy bien cómo ocurrió. Mi madre se encontraba fuera, de vacaciones en Saltillo con mi abuela, mi tía y mis primos. Y yo me quedé en casa, pues tenía un empleo de verano, igual que Joaquín, que tenía que trabajar. Aquel jueves noche nos habíamos quedado sin comida en el refri y en vez de ir a comprar algo al super, nos fuimos a cenar fuera. Las tres primeras cervezas nos entraron en el estómago como si fueran agua. Pero al llegar a la quinta, íbamos demasiado rapido.
Vagamente, creo recordar que nos tomamos unas nueve o diez cada uno, y volvimos a casa tambaleandonos, apoyados el uno en el otro. Entramos en casa como pudimos. Nos encueramos por el pasillo entre risas y no sé cómo ni por qué acabé tumbándome junto a Joaquín en la cama de mi madre. Borracho como estaba, bromeé sobre su paquete, el cual marcaba un tremendo bultazo. Sin miedo y totalmente desinhibido, lo estrujé con mis manos y Joaquín, divertido y alcoholizado se dejó hacer. Tanto fue así que cuando se quiso dar cuenta le había bajado el calzoncillo hasta los tobillos y le estaba mamando un rabo grueso, gordísimo y totalmente erecto.Joaquín se dejó hacer por mi hábil boca. Acariciándome la cabeza en todo momento e instándome a que siguiera. Su velludo pecho era acariciado por mis dedos, su pubis salvaje y sus huevos, los cuales también introduje en mi boca. Finalmente, la mamada no duró más de diez minutos, pues Joaquín se vino con toda su leche en mi boca y el muy cabrón logró llegar a ver cómo paladeaba su leche y la contenía dentro. Se la mostré separando los labios. Él se sentó en la cama y me pidió que me la comiera, cosa que hice. Me la tragué.
Nos quedamos dormidos y a la mañana siguiente el silencio y la tensión entre ambos fueron insoportables.
-Joaquín, yo… -intenté decir algo.
-Me muero de la vergüenza, así que mejor no digas nada –me pidió serio. –No estuvo bien. No estuvo nada bien. Yo a tu madre jamás podría hacerle algo así y sin embargo…
-No diremos nada –concluí. –Nos llevaremos el secreto a la tumba. Mi madre no deberá notar nada. Lo olvidaremos.
-Sí. Lo olvidaremos –dijo él apesadumbrado. –Y no quiero que pienses mal de mí. No soy ningún canalla que se emborracha un poco y hace estas cosas. Amo a tu madre.
-Lo sé –le corté en seco. –No fuiste solo tú. Yo fui el que provoqué que…
-Olvídalo. Será lo mejor para los dos.
-Sí. Será lo mejor.
Un mes después, mi madre le pidió como favor a Joaquín que me ayudara con la mudanza. En el viaje en coche la tensión seguía siendo palpable, igual que lo había sido desde aquella mañana siguiente a la mamada. Pero yo no quería que aquello continuara así. Necesitaba otra vez sentirme cerca de Joaquín, con sus bromas, sus sonrisas y sus gestos afables.
-Estás muy serio conmigo –le dije en el coche.
-Pensé que el serio eras tú –comentó él.
-¿No vamos a hacer nada por solucionar esto? –pregunté fastidiado.
-¿Qué deberíamos hacer? Dijimos que lo olvidaríamos.
-Pues está claro que no podemos. Así que si no podemos olvidar será mejor que aceptemos lo que pasó. Fuera un error o no lo fuera.
-¿O no lo fuera? Creo que es obvio que ponerle los cuernos a tu madre contigo fue un tremendo error.
-Tampoco fue para tanto –me desquité. –Fue una simple mamada. Anda que no hago de esas a lo largo del mes.
-¿Ah, sí? –levantó mi padrastro las cejas.
-Olvídalo –hice un gesto con la mano. –Sólo digo que no quiero tener este mal rollo contigo. Eres demasiado importante en mi vida como para dejar que se joda la relación que teníamos antes de esa mamada.
-Ariel. El problema es que no te puedes ni imaginar lo que me duele recordar tu cara cuando yo te pedí que…
-¿Qué me tragara tu semen? –pregunté. –No estés arrepentido por eso. A mí me gustó.
Joaquín se quedó callado y pensativo mientras tomaba una rotonda.
-Al menos me alegro de que te gustara. Eso que sacaste en claro.
-Y a ti también te gustó. No seas hipócrita. Te veniste. Pero tu conciencia es la que te martiriza ahora.
-Tienes razón –aceptó mi padrastro. –Me gustó. Pero ya está.
-¿Volverías a repetirlo? –pregunté.
-No –dijo tajante.
-No me malentiendas. No te estoy provocando ni nada eso. Simplemente, si pudieras, si no estuviera mi madre… ¿Lo harías?
Estábamos parados frente a un semáforo en rojo. Joaquín giró su cabeza para mirarme y clavó sus ojos en los míos.
-¿A dónde quieres llegar?
-A ningún sitio. Bueno –me encogí de hombros. –A mi nueva casa.
El semáforo se puso en verde y el coche echó a andar mientras la conversación moría en aquel momento.Nos llevó poco menos de una hora subir todas las cajas con que las que maletero del coche iba cargado. Finalmente, mientras Joaquín colocaba todo en mi nuevo cuarto, yo bajé a probar la llave del buzón. Tardé unos dos minutos. Al llegar arriba, al tercer piso, llamé al timbre. Mi padrastro abrió la puerta y lo descubrí sonriente, con la frente brillosa de sudor.
-Hay un par de cervezas en el refri –comentó. -¿Las has traído tú?
-El viernes pasado –comenté. Mirando su extraño gesto, como se enjugaba la frente con el dorso de la mano y volvía a mirarme. –Sabía que las necesitaríamos.
-Respecto a la conversación de antes –comenzó a decir de repente.
-¿Qué? –se me encogió el corazón sin saber por qué.
Pero lo supe en seguida. Joaquín me agarró de la muñeca, tiró de mí y me acercó a él, pegando fugazmente sus labios a los míos, tomándome por la nuca con una mano y la otra apoyándola en mi pecho mientras comenzábamos a manosearnos y yo le seguía el juego. Comenzó a revolverme el pelo con la mano de la nuca, subiéndola y bajándola, besándome cada vez más intensamente, agarrándome dominante y apasionado.Por momentos me acariciaba la cintura y me metía la mano por debajo de la camiseta, sobando mi torso. Su bigote me cosquilleaban en la cara y bajo ninguna circunstancia quería que dejara de hacer lo que estaba haciendo. Mi padrastro, uno de los hombres que más me atraían en el mundo, estaba cumpliendo el mayor de mis deseos.Nos separamos un instante y nos sonreímos felices y desinhibidos, como aquella noche hacía un mes. Luego volvimos a besarnos. Nos estábamos fajando de lo lindo. Yo, un chavillo de veinte años y él, que casi me sacaba 28 años. Busqué con mis manos su vientre velludo, bajo su camiseta. Y él a cambio me quitó la mía, me giró y apoyó mi espalda contra la pared del pasillo antes de besarme de nuevo. Me gustaba mirarlo. Cada vez que lo hacíamos ambos sonreíamos, contentos como dos niños. Descubriendo quizás que tanto cariño y tanta ternura que sentíamos el uno por el otro podía convertirse en algo más fuerte como era la atracción sexual.Saqué mi lengua y le besé la barba. Recorrí toda ella con mi boca, sintiendo cosquillas, mordiéndole después el cuello y arrancándole suspiros. Acto seguido le saque la camiseta por la cabeza, dejé su amplio torso al descubierto, pellizqué sus pezones y luego lo besé en el cuello. Nos abrazamos, él me pegó contra su peludo y amplio pechazo de semental y viril macho. Sus brazos eran grandes, igual que sus manos y sus inflados y duros bíceps. Lo giré yo ahora a él para que quedara con la espalda apoyada en la pared, le levanté el brazo derecho y metí mi boca en su sudorosa y velluda axila, recogiendo el fuerte y salado sabor de todo su sobaco. Él soltó varios gemidos de placer. Me retiré y lo miré sonriente. Él me devolvió la sonrisa y acto seguido nos buscamos con las lenguas.Para entonces nos estábamos quitando los pantalones y los calzoncillos, y ya estábamos desnudos, el uno contra el otro, conmigo atrapado entre la pared y el grandioso cuerpo de mi padrastro, besándonos locamente, con nuestras vergas tremendamente largas y tiesas. Fue entonces cuando me separé de él y me agaché en el suelo. A la altura de mi cara quedaron sus gordas pelotas peludas, las cuales besé y empecé a chupetear. Por encima de mi cabeza sobrevolaba su gorda verga, de unos 18 cm y arqueada hacia arriba.La polla de mi padrastro tenía la misma longitud que la mía, solo que yo la tenía circuncidada y él no. Ambos la teníamos curvada hacia el techo, pero la suya era algo más gorda que la mía. Comencé a trabajarle los huevos, metiéndome en la boca primero uno y luego el otro, y él gemía de gusto. Los restregué por toda mi cara, en donde apelmazados por la saliva, quedaban pegados y me acarician los largos vellos que los poblaban. Y acto seguido pasé a comerme su pito, pelándolo y recibiendo en toda mi lengua el rico sabor a verga de Joaquín.
-Qué macho eres –le dije, antes de hundirme hasta lo más hondo de la garganta su salchicha, haciendo que mi barbilla quedara perdida entre sus dos huevotes.
-¡Dios! –exclamo él, acariciándome el pelo con ternura.
Los pelos de su pubis jugueteaban en mi bigote y nariz, mientras me agarraba a sus voluminosas nalgas para notar todo su trozo en mi interior con más ganas. Por un instante me la sacó y se la acaricio, me acarició el pelo y me indicó que mamara de sus húmedos huevotes.
-Muy bien, Ariel –me decía, animándome a que continuara trabajando sus pelotas, cosa que parecía gustarle un chingo. –Sigue.
-¿Te gusta que te coma los huevos? –le pregunté.
-Me gusta que me comas todo –sonrió.
Y entonces comencé a hundir más y más mi cara en sus huevos, llegando a alcanzar con mi boca y mi lengua la zona en donde comenzaba ya la raja de su culo. Joaquín, notándolo, me separó tirándome del pelo y sin decirme nada se giró, sin soltarme de la cabellera. Flexionó levemente sus rodillas y su culazo de macho quedó expuesto ante mí en toda su grandeza. Le solté una lenguetada en la nalga y él me tiró del pelo para separarme. Yo me la jalaba como un chango ante aquello que vi..
-¡Qué culazo tienes!
-¿Quieres chuparlo?
-Sí, por favor –le rogué, y fue soltándome poco a poco el pelo para que finalmente pudiera meter mi lengua en la rajada de su culo, cosa que hice.
Comencé así a realizarle un beso negro a mi padrastro, mi cara enterrada entre sus nalgas no podía parar de gemir y soltar palabrotas por su boca. Pues yo restregaba todo mi rostro por el agujero de su culo, desde la frente hasta la barbilla, acabando con ella totalmente empapada de mi propia saliva. Pero es que no todos los días puedes comerte un culo así. Yo le agarraba por la cintura para anclarme a él y él me acariciaba el pelo y la cabeza con sus habilidosas manos. Le daba besos en su rosado y apretado culo virgen y él lo agradecía.
Entonces se separó y se giró. Se inclinó hacia delante, me dio un beso en toda mi verga y me sonrió.
-Enséñame como tengo que chupártela –pidió, cosa que me hizo gracia.
-Sólo tienes que metértela en la boca y dejarte llevar –le aconsejé.
Joaquín se plantó de rodillas frente a mí, en el suelo, cerró los ojos, abrió la boca y yo me hundí en su interior. Después apretó sus labios alrededor del tronco de mi verga. Lo agarre de la nuca con una mano y empecé a menear mis caderas adelante y atrás mientras él continuaba masturbándose. Mi padrastro me la estaba mamando. ¡Increíble! Con mi mano libre aprovechaba para acariciarle el pecho mientras él se concentraba en darme placer en mi verga. Al poco, inseguro de si lo estaba haciendo bien, se levantó, me rodeó con sus brazos y me abrazo.
-Te quiero –le dije entre beso y beso.
-Y yo a ti, Ariel –me dijo, mirándome con ternura. -¿Vas a querer que lleguemos hasta el final con todo esto?
-¿Te refieres a…?
-¿Quieres que hagamos el amor? ¿Qué nos acostemos? –me aclaró las dudas.
-Sí, claro. Claro –sonreí, y volvimos a fundirnos en un beso.
Entonces él empezó a apretujar a dos manos mis nalgas, separándolas y jugueteando con sus dedos en el agujero de mi culo.
-Ayer eras un niño y ya eres todo un hombre –comentó.
-Vamos a sentarnos en la sala –le comenté.
Joaquín se aposentó en un sofá de una plaza. Me arrodillé frente a él y le hablé.
-Ábrete de piernas. Levántalas, que quiero disfrutar de tu culo un rato más –le pedí, y él me hizo caso.
Podía trabajarle el culo, la verga y los huevos mientras le miraba directamente a los ojos y él podía observar como su hijastro disfrutaba dándole placer. Le acaricié todo el torso con mis manos y escalé de nuevo hasta arriba, yendo a hundir mi boca de nuevo en sus axilas y relamiendo el concentrado sabor que allí escondía mi padrastro para mí. Era el sabor a sudor de un auténtico macho. Le lamía las tetas peludas, los sobacos, el vientre y volvía a besarle. Me volvía loco su torso.
-Cuando sea más mayor me encantaría tener el mismo vello que tú. Tienes el justo y necesario para parecer un auténtico macho.
Él sonrió y me empujó hacia mi habitación. El colchón estaba sin sábana siquiera, pero me tumbé boca arriba. Entonces, Joaquín me sorprendió haciéndome levantar el culo y pegando su boca a mi agujero. Sentí la punta de su lengua abriéndose paso entre los pliegues de mi culo que cedieron ante su empuje y entonces pudo saborear mi mayor intimidad, cosa que hizo soltando un reparo de gusto.
-Nunca imagine que esto supiera tan bien –comentó, escupiendo e introduciendo las yemas de dos de sus dedos en mi agujero. –Pensé que sería un sabor más desagradable. –Y volvió a besarme el ojete y a relamerlo.
Me masturbó un poco con sus dedos y me fue lubricando.
-¡Cómo lo haces de bien, Joaquín! –exclamé, medio aturdido y tremendamente cachondo.
-Nunca pensé que me gustara tanto el culo de un hombre –manifestó.
-Dame unas nalgadas –le pedí, deseando que enrojecieran y calentaran mis nalgas.
-¿Nalgadas? –sonrió él al repetir aquella palabra.
Pero no se lo pensó demasiado y me soltó dos manotazos con sus gordas manos en mis grandes cachetes del culo, poniéndomelos al rojo vivo y haciéndome gemir.
-Como si te hubieras portado mal, eh –bromeó él, acariciándome las incendiadas nalgas y besándomelas.
Entonces me dio la vuelta, me puso a cuatro patas y con el culo paradocontinuó haciéndome aquel beso negro, mientras que con una de sus manos me manoseaba mi verga y a ratos bajaba con su boca y me lamía los huevos.
-¡Qué verga más grande tienes con lo joven que eres! –alucinó mi padrastro, y al instante volvió a trabajarme el culo con la boca.
-Cojeme ya –le pedí.
-¿Ya? ¿Así? –dijo él.
-Así. Ahora –asentí. –Apunta con tu rabo en mi culo y ya verás que me entra solo.
Y así lo hizo. Por un momento y aunque no le veía la cara, Joaquín se puso nervioso, pero con entereza me hizo caso, y de pronto se descubrió enterrando en mi interior su grueso pepino centímetro a centímetro, hasta llegar a lo más hondo.
-¡La tienes toda adentro! –me informó. Y yo lo sabía, porque podía sentirla como un sable en mis adentros.
-Pues muévete. Fóllame, venga –le pedi.
De esa manera fue como mi padrastro empezó a bombearme el culo, a cuatro patas sobre el colchón, haciéndome gemir como una zorra, siendo su puta. Me cogió del pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás mientras él me taladraba y jadeaba de gusto. Ambos sudábamos y soltábamos sonidos guturales con cada embestida. Notaba el calor de su cuerpo, notaba el roce de su vergota dentro de mi recto. Después puso la mano que me sostenía el pelo alrededor de mi cuello, como intentando asfixiarme, y me lo apretaba, sintiendo toda su fuerza, su poder sobre mí, dominándome como el buen macho que era.Era maravilloso, una delicia, tener de aquella forma al hombre que me había visto crecer en los últimos años, que me había criado (en parte) y que ahora me entregaba algo tan bueno, algo tan íntimo de él. Fueron diez largo minutos bombeando a distintos ritmos en que yo echaba mi cabeza hacia atrás y buscaba su boca como refugio, y la boca de Joaquín siempre estaba allí para acogerme, rodeándome también con sus grandes y fuertes brazos.
-Joaquín –gemia su nombre.
-¿Qué? –me decía él, acariciándome el pelo con ternura pero sin detener la cojida. Y me asía por las caderas y aceleraba las embestidas, haciéndome cerrar los ojos y gemir.
-Cojeme cara a cara –le pedí. –Haciendo el misionero para sentirte encima de mí y mirarte a los ojos.
-Sí.
Me tumbé boca arriba y le contemplé, mirando su rostro, mientras me penetraba nuevamente, con una terrible facilidad pues mi ano estaba completamente abierto. Mantenía mis piernas separadas y él me besaba y me acariciaba el vientre, cosa que yo hacía con él. A veces levantaba mi cabeza y mamaba de sus proporcionadas tetas velludas. Y Joaquín, en todo momento, se encargaba de mi verga dura, masturbándola y dándome placer.
-Tú sabes que eres como un hijo para mí, ¿verdad? –soltó de repente. –Aunque ahora estemos haciendo esto. Tú sabes que yo te quiero mucho, ¿no?
-Claro. Claro que lo sé –le dije entre jadeos. Y él me selló la boca con un beso. –Y haciendo esto también me lo demuestras. Me lo demuestras como nunca…
-Me gusta tener mi verga clavada dentro de ti, Ariel –declaró mi padrastro, totalmente ido por la cachondez. –Me gusta que la sientas dentro. Que me sientas.
-¡Y vaya si te siento! –gemi. –La tienes tan gorda…
Y la cojida no arreciaba. Cerró los ojos y pareció concentrarse en las sensaciones que experimentaba su cuerpo, como grabándolas a fuego en su mente.
-Me vengo, Ariel –me avisó.
-No te salgas. Quédate dentro. Vente dentro de mi culo –le rogué.
Entonces me cogió por los hombros, me apretó contra él, pegó sus labios a los míos y, a pesar de que me hacía dañó, le dejé que se viniera así. Abrió los ojos con la primer expulsada que me soltó dentro, me miró.
-Te quiero –me dijo. –Te quiero –y la segunda expulsada de esperma me llenó entero.
Se siguieron unos cuantos más, menos cuantiosos, pero igual de calientes. Y a los pocos segundos, mi padrastro cayó desplomado sobre mí, haciéndome sentir aplastado y feliz bajo tantos kilos de músculo y carne peluda. Busqué su boca y le besé. Él me correspondió con agotamiento. Una sensasion gelatinosa corría y se apelmazaba entre nuestros pegados vientres. Yo me había venido sin siquiera tocarme y sin darme cuenta. ¿Cómo era posible? Bajé mi cabeza y la apoyé contra el colchón. Me sentía destrozado.
-Ha sido la mejor primer cojida de mi corta vida –dije.
Joaquín me miró y me besó.
-Espero poder echártelos mejores a partir de hoy –comentó mi padrastro. –No quiero dejar de cojerte nunca.
-Será nuestro secreto entonces –sonreí. –No pienso renunciar a un macho como tú.
Noté que la verga de mi padrastro había menguado y se salía de mí convertida en un húmedo y blanquecino gusanazo de carne, flácido y cubierto de esperma.

 

Ariel Escort

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