Fui víctima del deseo, apenas a escasos metros. Su escote y su boca eran una combinación casi abrumadora, sentí una erección que mis documentos del trabajo pudieron ocultar, pero mi cara y mi expresión no mentían. Era ella.

Apenas nos metimos al elevador y comenzó a sentirse la tensión, faltaban aún muchos pisos y yo sólo me imaginaba haciéndola mía ahí mismo, cargándola mientras la penetraba, de esas nalgas perfectas mientras ella me besaba frenética de placer, gimiendo, pidiendo más.  Ni siquiera podía articular palabra, saludarle o pedirle su número de lo intenso de mi emoción física, tartamudearía, seguro.

En el siguiente piso entró otra persona lo que por un momento fue aliviador, ya que pude respirar, no sin antes sentir el permiso de dirigir mi mirada a ese escote que mostraba unos senos abundantes, suaves, firmes y el pezón alerta esperando que mi lengua diera un paseo delicioso por ahí…

Se hizo hacia atrás, en donde yo estaba por lo que casi salto de la impresión, me quedé mirando al frente en donde estaba la señora que atenta iba viendo el movimiento de los números al cambiar de piso, estático, tembloroso, esta mujer me iba a volver loco, su perfume me embriagaba de un modo que me estremecía y me hacía salivar imaginándome un sinfín de sabores que pudiera tener su cuello, su boca, su sexo.

En el siguiente piso la señora bajó despidiéndose con un “buen día”, ambos contestamos “igualmente” y tragué saliva como si fuera a condenarme por un pecado que ni siquiera había cometido.

Ella se acercó un poco más a mí y sentí escalofríos deslizó su mano entre mis documentos y mi pantalón y comenzó a tocar mi pene de una forma disimulada y discreta, eso detonó toda mi locura y ansiedad, de inmediato la aprisioné en la pared del elevador y la comencé a besar con toda la prisa de quien tiene segundos de vida… ¡Qué delicia! Mis manos tocaron su cuerpo casi desabotonándola de la fuerza que llevaban mis manos.

Siguiente piso; se abrieron las puertas y ambos nos separamos como resorte, asustados, como adolescentes, no había nadie, ella dirigió la mirada hacia el numeral del elevador y tomó su bolso que se le cayó por el impulso y se dirigía hacia la salida con un “buen día”; no sabía qué hacer, salí del elevador y le pregunté con un hilo de voz “¿me das tu número?”

Ella sólo me contestó “Trabajo aquí, salgo a las 6, te veo en el elevador”.

No pude contener mi sonrisa el resto del día laboral.

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